domingo, 29 de mayo de 2011

A una ciclista


Entre autobuses, entre corazones,
entre los olmos, entre los vallados,
entre almas atónitas, por puentes,
exhalada tu firme bicicleta.

Te sigue el río de la carretera,
tierno su duro arbitrio conmovido,
respondiendo a tu llanta con lamentos:
Te pierdes. No te pierdes. Te persigo.

¡Qué júbilo sin prisa en lo que es llano!
¡Qué salto en los collados repentinos!
¡Qué dejarse caer por las cañadas,
exhalada tras ti, la carretera!

Siguiéndote va, helada, cuando tuerces,
y ¡qué lento suspiro cuando un valle
te traga, qué alto grito
cuando una loma justa te devuelve!

Bella ciclista, tu ave de pedales
conduces por un aire de jardines,
de prados, aguardando entre los troncos
a que estalle final la primavera.

El viento en tus oídos te proclama
única emperatriz de los ciclistas.
Te persigue, te pide los cabellos;
tú se los das y te los va peinando.

-«Nadie me espera, nadie me despide;
mis cabellos y el viento, los pedales,
los troncos y los ríos so los puentes;
sin partida o llegada, siempre voy.»


Siempre va, siempre va, aunque suspiren
árboles melancólicos, y lloren
los ojos de los puentes ríos de llanto.
No pesa el corazón de los veloces.

José Antonio Muñoz Rojas

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